domingo, 5 de enero de 2014

¿PELIGRO DE SUBJETIVISMO? (1 Jn 3,13-14).



Respecto al discernimiento de la verdad hemos hablado hasta ahora de un criterio subjetivo, la experiencia de vida, y de un criterio objetivo, las obras liberadoras del hombre. Condición previa para la eficacia del primero es la aspiración a la plenitud de vida; para la del segundo, la concepción de Dios como liberador del hombre y dador de vida (Padre). 

Ambos criterios coinciden en un punto: se trata en ambos casos de la plenitud de vida umana.
Hablar de un criterio subjetivo de verdad, en el terreno de la experiencia interior, resultará chocante para muchos, temerosos de la arbitrariedad a que lo subjetivo puede conducir. Por eso, habrá que encontrar otro criterio, en cierta manera objetivo y comprobable, que garantice la autenticidad de la experiencia y que evite el peligro de ilusiones. 

Este criterio se encuentra en la primera carta de Juan (3, 13s). Constata Juan el odio del «mundo», es decir, de la sociedad, organizada de hecho sobre bases injustas, contra la comunidad cristiana. Ante una oposición tan masiva, los cristianos podrían preguntarse sobre la autenticidad de su experiencia: si no son víctimas de una ilusión y si su disidencia está justificada. En fin de cuentas, ¿tendrá razón «el mundo»? 

El autor de la carta tranquiliza a la comunidad: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos». Esta frase contiene el verbo «saber», verbo objetivo, en vez de «creer», que indicaría una persuasión subjetiva. Como es sabido, en la primera carta de Juan, el amor a los demás ha de traducirse en obras, que se tipifican en «entregar la vida» (3,16: «Hemos conocido lo que es el amor porque aquél entregó su vida por nosotros; ahora, también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos»). Por lo demás, tal es el significado del verbo agapaô, que indica ante todo la entrega a los demás, incluyendo o no la afectividad (cf. Mt 5,44: «amad a vuestros enemigos»). 

Para el autor de la carta, por tanto, la experiencia interior, «haber pasado de la muerte a la vida», que puede formularse también como la certeza de estar salvados, tiene una piedra de toque al alcance de todos: la realidad del amor a los hermanos. 

Podemos decir, por tanto, que en el fondo son siempre las obras el criterio de verdad. Las obras propias, cuando se pretende haber tenido una experiencia interior de salvación/vida; esa experiencia, si es auténtica, se traducirá necesariamente en el deseo y la práctica de comunicar vida. Y las obras realizadas por otros son el criterio para juzgar la autenticidad de su misión o mensaje. En uno y otro caso son obras de amor, que procuran el crecimiento del hombre (8).

(8). El mismo criterio de las obras se encuentra ya en el prólogo de Juan. La comunidad afirma su experiencia de! amor de Jesús: «hemos contemplado su gloria» (1,14), y la prueba a continuación por e! amor que en ella existe: «y la prueba es que de su plenitud todos nosotros hemos recibido: un amor que responde a su amor» (1,16).

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