Respecto
al discernimiento de la verdad hemos hablado hasta ahora de un criterio
subjetivo, la experiencia de vida, y de un criterio objetivo, las obras
liberadoras del hombre. Condición previa para la eficacia del primero es la
aspiración a la plenitud de vida; para la del segundo, la concepción de Dios
como liberador del hombre y dador de vida (Padre).
Ambos
criterios coinciden en un punto: se trata en ambos casos de la plenitud de vida
umana.
Hablar
de un criterio subjetivo de verdad, en el terreno de la experiencia interior,
resultará chocante para muchos, temerosos de la arbitrariedad a que lo
subjetivo puede conducir. Por eso, habrá que encontrar otro criterio, en cierta
manera objetivo y comprobable, que garantice la autenticidad de la experiencia
y que evite el peligro de ilusiones.
Este
criterio se encuentra en la primera carta de Juan (3, 13s). Constata Juan el
odio del «mundo», es decir, de la sociedad, organizada de hecho sobre bases
injustas, contra la comunidad cristiana. Ante una oposición tan masiva, los
cristianos podrían preguntarse sobre la autenticidad de su experiencia: si no
son víctimas de una ilusión y si su disidencia está justificada. En fin de
cuentas, ¿tendrá razón «el mundo»?
El
autor de la carta tranquiliza a la comunidad: «Nosotros sabemos que hemos
pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos». Esta frase
contiene el verbo «saber», verbo objetivo, en vez de «creer», que indicaría una persuasión subjetiva. Como
es sabido, en la primera carta de Juan, el amor a los demás ha de traducirse en
obras, que se tipifican en «entregar la vida» (3,16: «Hemos conocido lo que es el amor porque aquél
entregó su vida por nosotros; ahora, también nosotros debemos entregar la vida
por nuestros hermanos»). Por lo demás, tal es el significado del verbo agapaô,
que indica ante todo la entrega a los demás, incluyendo o no la afectividad
(cf. Mt 5,44: «amad a vuestros enemigos»).
Para el
autor de la carta, por tanto, la experiencia interior, «haber pasado de la
muerte a la vida», que puede formularse también como la certeza de estar
salvados, tiene una piedra de toque al alcance de todos: la realidad del amor a los hermanos.
Podemos
decir, por tanto, que en el fondo son siempre las obras el criterio de verdad.
Las obras propias, cuando se pretende haber tenido una experiencia interior de
salvación/vida; esa experiencia, si es auténtica, se traducirá necesariamente
en el deseo y la práctica de comunicar vida. Y las obras realizadas por otros
son el criterio para juzgar la autenticidad de su misión o mensaje. En uno y otro caso son obras de amor, que procuran el
crecimiento del hombre (8).
(8). El mismo criterio de las obras se encuentra
ya en el prólogo de Juan. La comunidad afirma su experiencia de! amor de Jesús:
«hemos contemplado su gloria» (1,14), y la prueba a continuación por e! amor que
en ella existe: «y la prueba es que de su plenitud todos nosotros hemos recibido:
un amor que responde a su amor» (1,16).
No hay comentarios:
Publicar un comentario