Ante la
defección de algunos carismáticos su cedida en la comunidad, el autor de la
primera carta de Juan, al que, por mor de la brevedad llamaremos simplemente
Juan, procura animar a los que podían vacilar en sus convicciones por causa
del abandono de miembros muy dotados por el Espíritu. Para afianzarlos, sin
embargo, Juan no apela a criterios externos, sino a un criterio interno; en sus
propias palabras: «la unción que han recibido del Consagrado» (2,20). El Santo
o Consagrado es, sin duda alguna, Jesús, consagrado por el Espíritu como
Mesías. La unción que han recibido (khrisma, relacionado con Khristos)
es el Espíritu mismo. El Espíritu da un conocimiento que permite discernir
lo que es verdad en medio de una situación confusa (<<os confirió una
unción y todos tenéis ya conocimiento»).
No
pretende Juan enseñarles la verdad, sino confirmar el conocimiento que ya
tienen (2,21: «Si os escribo no es porque no conozcáis la verdad, sino porque
la conoceréis y sabéis que de la verdad no salen mentiras»). Para ello, apela Juan a lo que han oído desde
el principio y en lo que deben perseverar (2,24). Quiere indicar con esto que
la experiencia del Espíritu de que gozan se basó en la escucha y aceptación de
un mensaje, el de Jesús Hijo de Dios; es este mensaje el que ponen en duda los disidentes,
quienes niegan que Jesús hombre y muerto en cruz sea «el Hijo». De hecho, a
ellos alude en 5,6: «Es éste el que pasó a través de agua (el bautismo, con la bajada
del Espíritu) y sangre (la muerte en cruz), Jesús Mesías. No [se sumergió/bautizó]
solamente en el agua, sino en el agua y la sangre (el bautismo y la cruz,
inseparables); y es el Espíritu el que está dando testimonio (mensajes
proféticos), porque el Espíritu es la verdad». Juan les recuerda este mensaje,
fundamento de la experiencia. Si permanecen en la adhesión a Jesús Hijo de
Dios, podrán ver claro en la situación que se ha creado: la experiencia del
Espíritu, personal y comunitaria, que les confirmará siempre ese mensaje, es el
único maestro que necesitan: «la unción con que él os ungió sigue con vosotros,
y no necesitáis otros maestros. No, como esa unción suya, que es realidad, no
ilusión (o bien: que es auténtica [alêtbes], no falsa [pseudo]), os
va enseñando en cada circunstancia aquello mismo que él os había enseñado,
seguís con él» (2,27).
Como se
ve, la enseñanza del Espíritu, presencia de Jesús en la comunidad y en sus
miembros, es la misma enseñanza de Jesús y permite a los cristianos orientarse
en una circunstancia difícil. La unción o Espíritu puede actuar interiormente en
cada miembro, pero Juan habla siempre en plural: se refiere también, sin duda,
a la profecía dentro de la comunidad.
Con
todo, la obra del Espíritu necesita como base el mensaje de Jesús. La enseñanza
actual del Espíritu es inseparable de la enseñanza histórica de Jesús. Es
precisamente por haber olvidado o rechazado ese mensaje por lo que los
disidentes se han separado de la comunidad; han independizado al Espíritu del
mensaje, al Hijo de Dios glorioso del Jesús de la historia (cf. 2 Jn 9: «Quien
va demasiado lejos y no se mantiene en la enseñanza del Mesías, no tiene a
Dios; quien permanece en esa enseñanza, ése sí tiene al Padre y al Hijo»).
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