sábado, 30 de noviembre de 2013

CRITERIO DE VERDAD EN JUAN. El caso del ciego de nacimiento. (Jn 9,1-39).



El criterio de verdad está presentado por Juan de manera gráfica en el episodio del ciego de nacimiento (Jn 9,1-39). 

Resumo brevemente el significado de la perícopa. El ciego de nacimiento representa al hombre que siempre ha vivido en la tiniebla, sin haber conocido nunca la luz. En otras palabras: representa a los que han nacido y vivido en un ambiente tan dominado por una ideología mutiladora, que nunca han tenido posibilidad de conocer lo que significa ser persona ni la dignidad propia del hombre. El ciego es el hombre en quien la tiniebla ha extinguido la luz, el que no aspira a nada porque no ha podido conocer nada. 

Nótese que este individuo no ha sido culpable de su situación, ni tampoco sus padres (9,3). Son otros los culpables; en el evangelio, los fariseos, quienes, con su interpretación y praxis de la Ley, proponen como luz lo que ellos saben ser tinieblas (9,40s). 

La acción de Jesús con el ciego consiste en darle a conocer lo que significa ser hombre según el designio de Dios. Por eso utiliza Juan el símbolo del barro amasado con la saliva (alusión a la creación del hombre) y puesto en los ojos. La saliva (en las antiguas culturas, símbolo de fuerza) es la de Jesús; el hombre que Jesús le da a conocer no es el primer Adán, sino su propia persona, el hombre en su plenitud, formado de tierra y de Espíritu (simbolizado por la saliva/fuerza). Al hacer que el ciego perciba la luz, despierta en él la aspiración dormida a la plenitud. 

El ciego responde a esa aspiración y acepta a Jesús como modelo de hombre. Lo muestra yendo a lavarse a la piscina del Enviado (9,7), cuya agua representa el Espíritu. La experiencia del Espíritu/vida le da la visión y le infunde la fuerza para tender al ideal propuesto (6). 

Con ello, el antiguo ciego ha adquirido su identidad. De ahí que pueda pronunciar la frase: «Yo soy» (9,9), la misma que describe a Jesús como Mesías (4,26), es decir, como Ungido por el Espíritu. Con su identidad, ha obtenido su autonomía: ya no tiene que mendigar ni depender de otros (9,8). 

En posesión de esta verdad, su nueva experiencia de vida, puede desafiar a la ideología/tiniebla, representada por los fariseos y dirigentes judíos, quienes, apoyándose en su autoridad doctrinal e institucional (9,24: «nosotros sabemos»), pretenden convencerlo de que Jesús es un pecador y, por tanto, de que la obra que ha realizado no puede ser de Dios. Según ellos, el designio de Dios era que siguiese ciego. Esta es la mentira (8,44) o tiniebla, la ideología que, en nombre de Dios, impide la plenitud de hombre. Para refutar la teología de los dirigentes, el hombre no apela a una doctrina contraria, sino simplemente a su nueva experiencia: «Si es pecador o no, no lo sé; lo que sé es que yo era ciego y ahora veo». Ante esta verdad se estrellan todos los esfuerzos de la ideología. 

Notemos que en este episodio se une el criterio subjetivo del ciego con el objetivo de las obras; las obras de Jesús son las de Dios, que lo ha enviado (9,3s). Obras de Dios son las que liberan al hombre de la opresión que sufre y le dan la posibilidad de nueva vida: abriendo su horizonte y comunicándole nueva capacidad, lo libera de su oscuridad, de su dependencia, de su inutilidad, de su despersonalización. Y estas obras son las del grupo cristiano: «tenemos que hacer las obras del que me envió» (9,4).

(6) La comunicación de Espíritu corresponde a la frase del prólogo: «a los que lo acogieron los hizo capaces de hacerse hijos de Dios».

CRITERIOS DE VERDAD Y ENSEÑANZA. Condición para conocer la verdad (Jn 6,45; 17,7-8).




Sin embargo, la eficacia de estos criterios exige una condición: el deseo de vida, que lleva consigo el amor al hombre. 

El criterio de la experiencia, en efecto, supone que la aspiración a la plenitud no esté reprimida o apagada. El criterio de las obras supone que se concibe a Dios como dador de vida y, en consecuencia, contrario a toda injusticia u opresión o, en otras palabras, a toda represión o supresión de la vida en el hombre. 

Quienes, como en el caso paradigmático de los dirigentes judíos, proponen la idea de un Dios legislador, exigente, que legitima el poder que ellos ejercen y subordina al hombre al orden establecido en la Ley que ellos manejan, nunca aceptarán los criterios que propone Jesús. No el criterio de experiencia, por no reconocer a Dios como dador de vida; tampoco el criterio de las obras, porque éstas se oponen a sus propios intereses. 

Esta condición aparece en Jn 6,45, texto que une el criterio personal al de las obras: «Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios"; todo el que escucha al Padre y aprende se acerca a mí». Jesús suprime en el texto de la profecía la alusión a Jerusalén (ls 54,13: «Todos tu hijos (los de Jerusalén) serán discípulos del Señor»), dando así al dicho una amplitud universal. La manera como el Padre hace oír su voz y enseña la apunta Jesús al interpretar el término «Dios» de la profecía por el de «Padre», el dador de vida lleno de amor al hombre. Todo el que vea en Dios un aliado del hombre que lo lleva a su plenitud se sentirá atraído por Jesús, es decir, apreciará la verdad de su enseñanza y actuación. 

Paralelamente, en la oración de Jesús que termina el discurso de la Cena, encontramos este texto, en el que Jesús habla al Padre de sus discípulos: «Ahora ya conocen que todo lo que me has dado procede de ti, porque las exigencias que tú me entregaste se las he entregado a ellos y ellos las han aceptado, y así han conocido de veras que de ti procedo y han creído que tú me enviaste» (17,7-8). En el centro del pasaje se encuentra la razón que hace saber y conocer: «las exigencias … las han aceptado». Hay una decisión de la voluntad, aceptar las exigencias, que precede al conocimiento y es condición para él. «Las exigencias» expresan la práctica del mensaje (14,10; 15,7; cf. 3,34; 6,63). El plural indica que el mensaje ha sido aceptado no como un principio teórico, sino previendo la multiplicidad de sus implicaciones. 

La misma precedencia de la decisión respecto al conocimiento la expresa Jesús dirigiéndose a los judíos que le habían dado crédito: «Para ser de verdad mis discípulos tenéis que ateneros a ese mensaje mío: conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (8,31). No hay conocimiento sin previa decisión de la voluntad, no se sale de la duda sin comprometerse por el bien del hombre. 

En efecto, no se puede conocer que Jesús es enviado de Dios, que su mensaje es verdadero y que sus obras demuestran su misión divina o, lo que es lo mismo, no se puede dar la adhesión a Jesús sin darla antes al hombre. Su mandamiento y sus exigencias se refieren al amor de los demás; sus obras, que son el argumento decisivo para probar la autenticidad de su misión (5,36; 10,38; 14,11), son obras para liberar y ayudar al hombre. Los discípulos han llegado a la certeza porque han aceptado las exigencias del amor. En Jn 3,33s se afirma: «el enviado de Dios propone las exigencias de Dios, dado que comunican el Espíritu sin medida»; los discípulos, al aceptar las exigencias del compromiso, experimentan la acción del Espíritu en ellos: esto los convence de la misión divina de Jesús. 

La certeza de la fe no se funda, por tanto, en un testimonio externo, sino en la experiencia de vida (el Espíritu) comunicada por el compromiso con el hombre, que crea la comunión con Jesús. Apoyada en esa evidencia, la fe no necesita más prueba y puede resistir todo ataque. Aparece de nuevo lo que es la verdad: la evidencia de la vida experimentada.

CRITERIOS DE VERDAD EN JUAN. Las obras como criterio (Jn 5,36b-37a; 10,37-38a).



Además del criterio subjetivo, basado en la aspiración a la plenitud, propone Jesús otro criterio, que podemos llamar «objetivo», la calidad de sus obras. Así lo expresa en Jn 5,36b-37a: «las obras que el Padre me ha encargado llevar a término, esas obras que estoy haciendo, me acreditan como enviado del Padre». 

La argumentación se basa en el concepto de Dios como Padre. Todo el que reconozca que Dios es Padre, tiene que reconocer que las obras de Jesús, que, como las del Padre, comunican vida al hombre, son de Dios. 

El mismo criterio se propone en 10,37-38a: «Si yo no realizo las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las realizo, aunque no me creáis a mí, creed a las obras». Jesús se está dirigiendo a los representantes del régimen judío y les propone este criterio como indiscutible. 

Puede apreciarse la base común del criterio de las obras con el anterior. Ambos se fundan en la realidad de Dios como dador de vida. La comunicación de vida, percibida en uno mismo (criterio de experiencia) o en los demás (criterio de la obras), es lo que decide sobre la verdad de una doctrina o actuación. Donde hay vida y comunicación de vida, allí hay verdad; donde éstas faltan, la verdad está ausente, pues la verdad no es más que el resplandor de la vida.

CRITERIO DE VERDAD EN JUAN. La experiencia de vida (Jn 7,14ss).



En Jn 7,14ss, encontrándose Jesús enseñando en el templo, los dirigentes judíos se preguntan por el origen del saber de Jesús: «¿Cómo sabe éste de Escritura si no ha estudiado?»

Jesús replica informándolos de que su saber no viene de las escuelas, sino de Dios: «Mi doctrina no es mía, sino del que me ha mandado». Sin embargo, esta afirmación de Jesús necesitaba ser probada, y él mismo aduce la prueba a continuación: «El que quiera realizar el designio de Dios conocerá si esta doctrina es de Dios o si yo hablo por mi cuenta» (7,17). 

Como se ve, Jesús no prueba su extraordinaria afirmación con argumentos ni citando textos del A T. No invoca la autoridad de Dios ni la suya propia. El criterio para distinguir la verdad de, su doctrina está en el hombre mismo, y a él se remite Jesús. El no se impone, cada uno tiene que encontrar su certeza  (4). 

El criterio que propone Jesús, independiente de su persona, se basa en la fidelidad del hombre a Dios creador, en el deseo de realizar su designio. Este designio, que concreta el amor universal de Dios, se expresa así: «que todo el que reconoce al Hijo y le presta adhesión tenga vida definitiva» (3,16), es decir, vida en plenitud. En quien la anhela, la doctrina de Jesús produce una experiencia que le hace percibir su verdad: en ella ve el hombre la concreción de sus aspiraciones; ella responde a su anhelo interior y le muestra cuál es la verdadera plenitud. 

El convencimiento es, por tanto, personal, no por testimonio ajeno y, mucho menos, por imposición externa (5). 

Este criterio es propuesto por Jesús en otras ocasiones y podemos llamarlo «criterio positivo». Pero en la misma ocasión propone también un criterio negativo: «Quien habla por su cuenta busca su propia gloria; en cambio, quien busca la gloria del que lo ha mandado, ése es de fiar y en él no hay injusticia». «La propia gloria» es un hecho exterior y, por tanto, constatable; de ahí que su búsqueda o la renuncia a ella pueda servir de criterio para juzgar la procedencia de una doctrina. La búsqueda del propio prestigio delata que la doctrina que alguien propone no procede de Dios, sino del hombre mismo; es un medio para favorecer sus propios intereses. 

Este criterio completa el primero, expuesto en el versículo anterior. Aquél se dirigía a quien escucha la doctrina de Jesús, y consistía en la experiencia interna que ésta provoca en quien está en favor de la plenitud humana. Pero, para el público al que Jesús hablaba, existía otra doctrina oficial que pretendía también tener autoridad divina, la Ley, interpretada y manejada por los círculos de poder. 

Por eso añade un criterio externo, el de los intereses que defiende quien propone una doctrina; éstos permitirán juzgar su validez. El criterio último de verdad es la comunicación de vida al hombre, porque la verdad de Dios es ser Padre, el que por amor comunica su propia vida. Quien con su hablar no pretende comunicar vida, sino promover su propio prestigio, no sólo no refleja lo que es Dios, sino que, al ponerlo al servicio de su interés, necesariamente lo falsifica. Ninguna doctrina que redunda en beneficio del que la propone merece crédito.

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(4) El verbo ginôskô, usado en esta frase, tiene entre sus significados el de «conocer por experiencia" (cf. gnôsis). 

(5) La fórmula usada por Juan, «el Espíritu de la verdad» (14,17; 15,26; 16,13), abunda en el mismo sentido. El Espíritu es la vida-amor del Padre y es principio de vida (3,6). Al comunicarse, produce en el hombre una nueva experiencia de vida que, en cuanto percibida y formulada, es la verdad.