Además del
criterio subjetivo, basado en la aspiración a la plenitud, propone Jesús otro
criterio, que podemos llamar «objetivo», la calidad de sus obras. Así lo expresa
en Jn 5,36b-37a: «las obras que el Padre me ha encargado llevar a término, esas
obras que estoy haciendo, me acreditan como enviado del Padre».
La
argumentación se basa en el concepto de Dios como Padre. Todo el que reconozca
que Dios es Padre, tiene que reconocer que las obras de Jesús, que, como las del
Padre, comunican vida al hombre, son de Dios.
El
mismo criterio se propone en 10,37-38a: «Si yo no realizo las obras de mi Padre,
no me creáis; pero si las realizo, aunque no me creáis a mí, creed a las obras».
Jesús se está dirigiendo a los representantes del régimen judío y les propone este
criterio como indiscutible.
Puede
apreciarse la base común del criterio de las obras con el anterior. Ambos se
fundan en la realidad de Dios como dador de vida. La comunicación de vida, percibida
en uno mismo (criterio de experiencia) o en los demás (criterio de la obras), es
lo que decide sobre la verdad de una doctrina o actuación. Donde hay vida y
comunicación de vida, allí hay verdad; donde éstas faltan, la verdad está ausente,
pues la verdad no es más que el resplandor de la vida.
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