Resumiendo
lo dicho, podemos decir que el único Maestro en la comunidad cristiana es Jesús,
quien actúa por medio de su Espíritu en los individuos y, sobre todo, en la
comunidad, donde se manifiesta su enseñanza a través de la profecía, que es la
aplicación concreta de su mensaje al estado y a las circunstancias en que vive
la comunidad. En consecuencia, para fundar y discernir la verdadera profecía,
como la autenticidad de cualquier actividad en el grupo cristiano, hace falta el
recuerdo incesante del mensaje de Jesús. El Jesús que habla a través de los
profetas es el mismo que vivió en la tierra y nos presentan los evangelios.
Recordemos de pasada cuántos pasajes de los evangelios, en particular del de
Juan, parecen provenir de profecías pronunciadas en la comunidad del evangelista
e integradas como dichos del Jesús histórico. La actividad de Jesús con los
suyos a lo largo de la historia es la misma que él ejerció en los días de su
vida mortal; he aquí el criterio de discernimiento para la profecía
comunitaria. No puede haber oposición entre ésta y el mensaje.
Por
eso, al lado de la enseñanza de Jesús mediante la profecía ha de darse en la
comunidad la instrucción continua sobre el mensaje. El que ejerce la
instrucción está también ayudado por el Espíritu. Su labor es preliminar, por
así decir, pero fundamental. El instructor es un discípulo más del único Maestro,
que pone sus dotes naturales y su esfuerzo de estudio al servicio de sus
hermanos.
La fe
en la resurrección de Jesús no significa aceptar como verdadero un enunciado,
sino creer o, mejor, saber por experiencia que hoy Jesús está vivo y despliega
su actividad en los suyos y en sus comunidades. Por eso, el magisterio en la comunidad
cristiana, tal como lo presentan los principales pasajes del NT, es el que
Jesús mismo ejerce mediante los mensajes inspirados de los profetas. Al lado de
este magisterio único está la labor humilde del instructor, que escruta y medita
el mensaje para proporcionar a la comunidad la base inconmovible de su adhesión
a Jesús y de su experiencia del Espíritu. Como lo expresa la primera carta de
Juan: «si eso que aprendisteis desde el principio sigue con vosotros, también vosotros
seguiréis con el Hijo y el Padre» (1 Jn 2,24).
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