domingo, 5 de enero de 2014

CRITERIOS DE VERDAD Y CARISMA DE ENSEÑANZA EN EL NUEVO TESTAMENTO. ÍNDICE.

CONCLUSIÓN.



Resumiendo lo dicho, podemos decir que el único Maestro en la comunidad cristiana es Jesús, quien actúa por medio de su Espíritu en los individuos y, sobre todo, en la comunidad, donde se manifiesta su enseñanza a través de la profecía, que es la aplicación concreta de su mensaje al estado y a las circunstancias en que vive la comunidad. En consecuencia, para fundar y discernir la verdadera profecía, como la autenticidad de cualquier actividad en el grupo cristiano, hace falta el recuerdo incesante del mensaje de Jesús. El Jesús que habla a través de los profetas es el mismo que vivió en la tierra y nos presentan los evangelios. Recordemos de pasada cuántos pasajes de los evangelios, en particular del de Juan, parecen provenir de profecías pronunciadas en la comunidad del evangelista e integradas como dichos del Jesús histórico. La actividad de Jesús con los suyos a lo largo de la historia es la misma que él ejerció en los días de su vida mortal; he aquí el criterio de discernimiento para la profecía comunitaria. No puede haber oposición entre ésta y el mensaje. 

Por eso, al lado de la enseñanza de Jesús mediante la profecía ha de darse en la comunidad la instrucción continua sobre el mensaje. El que ejerce la instrucción está también ayudado por el Espíritu. Su labor es preliminar, por así decir, pero fundamental. El instructor es un discípulo más del único Maestro, que pone sus dotes naturales y su esfuerzo de estudio al servicio de sus hermanos. 

La fe en la resurrección de Jesús no significa aceptar como verdadero un enunciado, sino creer o, mejor, saber por experiencia que hoy Jesús está vivo y despliega su actividad en los suyos y en sus comunidades. Por eso, el magisterio en la comunidad cristiana, tal como lo presentan los principales pasajes del NT, es el que Jesús mismo ejerce mediante los mensajes inspirados de los profetas. Al lado de este magisterio único está la labor humilde del instructor, que escruta y medita el mensaje para proporcionar a la comunidad la base inconmovible de su adhesión a Jesús y de su experiencia del Espíritu. Como lo expresa la primera carta de Juan: «si eso que aprendisteis desde el principio sigue con vosotros, también vosotros seguiréis con el Hijo y el Padre» (1 Jn 2,24).

El carisma de enseñanza en las cartas paulinas.



Son varias las cartas de Pablo donde se habla de un carisma de enseñanza. Es más, al poseedor de este carisma se le llama simplemente didáskalos, utilizando el título antes reservado a Jesús. El sentido de didáskalos, sin embargo, no coincide con el que se aplica a Jesús, pues el correlativo de «maestro» es «discípulo», y nunca, en la comunidad primitiva, los didáskaloi pretendieron hacer escuela ni formar grupos de discípulos. Cada miembro de la comunidad es discípulo de Jesús y solamente de él. Por eso, la traducción más apropiada para didáskalos como carisma no es «maestro», sino «instructor». 

Antes de comentar los textos hay que precisar lo que se entiende por «carisma». El carisma no es un don caído del cielo, independiente de las cualidades de la persona. Siendo fruto del Espíritu (1 Cor 12,7ss), nuevo principio de vida que desarrolla y potencia las capacidades del hombre, el carisma supone el desarrollo de cualidades existentes en el individuo, para que éste las ponga al servicio de la humanidad o de la comunidad cristiana. 

Así, el carisma de apóstol desarrolla la capacidad de convocatoria de un cristiano, haciéndolo idóneo para fundar nuevas comunidades y educadas en la fe. 

El carisma de profeta supone el aumento de la sensibilidad al Espíritu y a la historia y el afinamiento de la intuición, que hacen capaz de percibir el estado de una comunidad en un
momento determinado, su sintonía o falta de sintonía con el Espíritu, su necesidad de liberación, de ánimo, de apertura, de compromiso, las líneas de desarrollo que, conforme al Espíritu y a la disposición y dotes de la comunidad, se deben proponer. Mediante la profecía, el Espíritu, a la luz de la novedad de la historia, relee incesantemente el mensaje de Jesús y va descubriendo sus virtualidades, que responden a las necesidades que van surgiendo (Jn 16,13). Combina así el «entonces» del mensaje con el «ahora» de la historia como lenguaje de Dios, recomponiendo la totalidad de la interpelación divina. 

El carisma del evangelista es el de animador entusiasta, potenciado por el Espíritu, cuya predicación esporádica en las comunidades levanta el espíritu de éstas y las estimula a ser fieles al Señor. 

Como se ha notado, el hecho de llamar didáskaloi a miembros de la comunidad que ejercen una actividad de enseñanza no puede significar que éstos suplanten el papel de Jesús. El magisterio de Jesús se ejerce por medio del Espíritu, principalmente a través de la profecía. De ahí la importancia que Pablo atribuye a este carisma (1 Cor 14,1: «Esmeraos en el amor mutuo; ambicionad también las manifestaciones del Espíritu, sobre todo hablar inspirados / ejercer la profecía»), suponiendo, además, que, en la reunión cristiana, todos son capaces de ella (ibid., 14,24: «Si todos hablan inspirados y entra un no creyente ... »}. 

El papel del didáskalos-instructor se limita, por tanto, a mantener vivo en la comunidad el mensaje de Jesús. La importancia de esta instrucción es decisiva, pues hemos visto antes el peligro de separar Espíritu y mensaje. El profeta inspirado por el Espíritu transmite la enseñanza de Jesús, que aplica su mensaje a las circunstancias del momento; el didáskalos, ayudado por el Espíritu, instruye a la comunidad sobre el mensaje como tal. Son carismas complementarios (cf. Hch 13,1: «Había en Antioquía, en la comunidad allí existente, profetas y maestros» ).

En paralelo con los carismas anteriormente mencionados, también el de instructor supone el desarrollo de capacidades existentes, en particular las de comunicación, formulación y claridad de exposición; pero además, a diferencia de los de «apóstol», «profeta» o «evangelista», el de instructor desarrolla una capacidad laboriosamente adquirida. Con toda evidencia, el «maestro» es un hombre que, con la penetración que le da el Espíritu, estudia, medita y vive el mensaje de Jesús y así profundiza en él, para después exponerlo a la comunidad. 

En los Hechos, de los dos misioneros, Bernabé y Saulo, enviados por el Espíritu (13,2), Bernabé tiene el papel de profeta, Saulo el de maestro (cf. 14,12). Ambos son llamados «apóstoles» (14,4.14), es decir, enviados para fundar nuevas comunidades. 

En la mayor parte de los textos paulinos no se explica el carisma, se constata su existencia (cf. Rom 12,7). En 1 Cor 12,28s Pablo destaca la importancia de tres carismas, los de «apóstol», «profeta» y «maestro», en ese orden; a continuación, ya sin número de orden, menciona otros, al parecer menos importantes para la comunidad. De hecho, los tres primeros la fundan y la mantienen; los que siguen: «luego hay milagros, dones de curar, asistencias, funciones directivas, diferentes lenguas», representan actividades o hechos ocasionales dentro de ella. 

En Ef 4,11, se mencionan cinco carismas, en último lugar el de los «maestros»; pero lo más importante del texto es la descripción que hace de la finalidad de estos carismas: «él dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros, con el fin de equipar a los consagrados pata la tarea del servicio, para construir el cuerpo del Mesías, hasta que todos sin excepción alcancemos la unidad que es fruto de la fe y del conocimiento  del Hijo de Dios, la edad adulta, el desarrollo que corresponde al complemento del Mesías» (14).

En 1 Tim 2,7 Pablo se describe como «maestro de las naciones»; es la proclamación de la buena noticia entre los paganos lo que se describe aquí como enseñanza (cf 2 Tim 1,11).
Muchas veces, el verbo «enseñar» no se usa en el sentido técnico de carisma: designa simplemente el contenido de la predicación o exhortación dentro de la comunidad (así en 1 Cor 4,17; Col 1,28; 2 Tes 2,15; 1 Tim 4,11; 6,2; 2 Tim 2,2), de la catequesis (Ef 4,21; Col 2,7) o la exhortación mutua dentro de la comunidad (Col 3,16).

El Espíritu como maestro (1 Jn 2,18-27).



Ante la defección de algunos carismáticos su cedida en la comunidad, el autor de la primera carta de Juan, al que, por mor de la brevedad llamaremos simplemente Juan, procura animar a los que podían vacilar en sus convicciones por causa del abandono de miembros muy dotados por el Espíritu. Para afianzarlos, sin embargo, Juan no apela a criterios externos, sino a un criterio interno; en sus propias palabras: «la unción que han recibido del Consagrado» (2,20). El Santo o Consagrado es, sin duda alguna, Jesús, consagrado por el Espíritu como Mesías. La unción que han recibido (khrisma, relacionado con Khristos) es el Espíritu mismo. El Espíritu da un conocimiento que permite discernir lo que es verdad en medio de una situación confusa (<<os confirió una unción y todos tenéis ya conocimiento»). 

No pretende Juan enseñarles la verdad, sino confirmar el conocimiento que ya tienen (2,21: «Si os escribo no es porque no conozcáis la verdad, sino porque la conoceréis y sabéis que de la verdad no salen mentiras»). Para ello, apela Juan a lo que han oído desde el principio y en lo que deben perseverar (2,24). Quiere indicar con esto que la experiencia del Espíritu de que gozan se basó en la escucha y aceptación de un mensaje, el de Jesús Hijo de Dios; es este mensaje el que ponen en duda los disidentes, quienes niegan que Jesús hombre y muerto en cruz sea «el Hijo». De hecho, a ellos alude en 5,6: «Es éste el que pasó a través de agua (el bautismo, con la bajada del Espíritu) y sangre (la muerte en cruz), Jesús Mesías. No [se sumergió/bautizó] solamente en el agua, sino en el agua y la sangre (el bautismo y la cruz, inseparables); y es el Espíritu el que está dando testimonio (mensajes proféticos), porque el Espíritu es la verdad». Juan les recuerda este mensaje, fundamento de la experiencia. Si permanecen en la adhesión a Jesús Hijo de Dios, podrán ver claro en la situación que se ha creado: la experiencia del Espíritu, personal y comunitaria, que les confirmará siempre ese mensaje, es el único maestro que necesitan: «la unción con que él os ungió sigue con vosotros, y no necesitáis otros maestros. No, como esa unción suya, que es realidad, no ilusión (o bien: que es auténtica [alêtbes], no falsa [pseudo]), os va enseñando en cada circunstancia aquello mismo que él os había enseñado, seguís con él» (2,27). 

Como se ve, la enseñanza del Espíritu, presencia de Jesús en la comunidad y en sus miembros, es la misma enseñanza de Jesús y permite a los cristianos orientarse en una circunstancia difícil. La unción o Espíritu puede actuar interiormente en cada miembro, pero Juan habla siempre en plural: se refiere también, sin duda, a la profecía dentro de la comunidad. 

Con todo, la obra del Espíritu necesita como base el mensaje de Jesús. La enseñanza actual del Espíritu es inseparable de la enseñanza histórica de Jesús. Es precisamente por haber olvidado o rechazado ese mensaje por lo que los disidentes se han separado de la comunidad; han independizado al Espíritu del mensaje, al Hijo de Dios glorioso del Jesús de la historia (cf. 2 Jn 9: «Quien va demasiado lejos y no se mantiene en la enseñanza del Mesías, no tiene a Dios; quien permanece en esa enseñanza, ése sí tiene al Padre y al Hijo»).

"Didáskalos" y "didáskô" en los evangelios.



En el griego de los evangelios, el término para «maestro» es didáskalos. En el evangelio de Marcos aparece 12 veces, siempre referido a Jesús. De ellas, siete en boca de personajes que pertenecen a la cultura judía, pero que no son del círculo de Jesús; cuatro veces en boca de discípulos (4,38; 9,38; 10,35; 13,1) Y una vez en boca de Jesús, para designarse a sí mismo de manera exclusiva (14,14: ho didáskalos). En la cultura judía, didáskalos era aquel que, tomando pie de la Torá, mostraba el camino de Dios; en el caso de Jesús, el mensaje del Reino. 

El término «rabbí», que se usaba primitivamente como tratamiento para los jefes o los que gozaban de una posición elevada, comienza a emplearse para los maestros hacia el año 110 a.C. Designa al maestro que comenta la Ley de Moisés permaneciendo en el ámbito de la tradición (9). En los sinópticos, dirigido a Jesús, el término «rabbí» aparece en un pasaje de Mateo (25,29), en boca de Judas, y en tres pasajes de Marcos, de ellos dos veces en boca de Pedro (9,0; 11,21) y una en boca de Judas (14,45). En estos evangelios, el término es claramente peyorativo. 

En el evangelio de Mateo, didáskalos aparece también doce veces, y Jesús se lo aplica a sí mismo con carácter exclusivo (26,28). No sólo eso, reivindica ser el único maestro dentro de la comunidad cristiana (23,8: «vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "rabbí", porque vuestro maestro es uno solo y vosotros todos sois hermanos»). 

En Lucas aparece 17 veces. Como en Mateo y en Marcos, Jesús se lo aplica a sí mismo con sentido exclusivo (22,11). Es conocido que en Lc los discípulos no usan este tratamiento con Jesús, sino el de epistátês (5,5; 8,24.45; 9,33.49; cf. 17,13), que puede traducirse por «jefe». 

En Juan, didáskalos aparece siete veces; «rabbí», ocho; pero en este evangelio son equivalentes, como lo hace notar Juan mismo, al dar la traducción de «rabbí» en 1,38, aplicado a Jesús por los dos discípulos del Bautista. Jesús, sin embargo, no se aplica a sí mismo el título de «rabbí», sólo el de didáskalos (13,13). 

En cuanto a la actividad de la enseñanza, Jesús, en el evangelio de Marcos, enseña solamente a auditorios compuestos de judíos, o a sus discípulos (término que en este evangelio designa a los seguidores procedentes del judaísmo) (10), cuando éstos no entienden por el contacto con él y con su actividad (8,31; 9,31). Se explica que Jesús enseñe sólo a judíos por el significado de «enseñar»: exponer el mensaje tomando pie del A T. Marcos, que rechaza la idea de imponer la cultura judía a los paganos, distingue cuidadosamente incluso el modo de hablar de Jesús según el público a quien se dirige (11). Se entiende así perfectamente que Jesús nunca dé a los discípulos el encargo de «enseñar» y que, cuando éstos de hecho enseñan (6,30), estén traicionando la misión universal que Jesús les ha confiado. La misión de los seguidores de Jesús es «proclamar» (13,10; 14,9: kèrússein), es decir, proponer al mundo entero el reinado de Dios como la alternativa a la sociedad injusta. 

En Mateo, que tiene una eclesiología diferente: todos los seguidores de Jesús, judíos o paganos, forman parte del nuevo Israel. Mt basa esta concepción en la promesa hecha a Abrahán: «en ti serán benditas todas las naciones» (Gn 12,3; cf. Mt 1,1: «Hijo de Abrahán») (12). Jesús enseña a sus seguidores solamente en 5,2 (las bienaventuranzas) y el encargo de enseñar que les da (28,20) no se refiere a una doctrina, sino a la práctica de las bienaventuranzas 28,20). El único maestro sigue siendo Jesús (13). 

En Lucas, Jesús enseña en las sinagogas (4,15.31; 6,6;13,10), a la multitud (5,3) y gente judía (5,17; 18,22.26; 23,5) y, finalmente, en el templo (20,1.21; 21,37); nunca se dice que enseñe a los suyos, solamente responde cuando éstos le piden que les enseñe a orar (11,ls). Jesús mismo habla a los discípulos de la enseñanza que les dará el Espíritu en la hora de la persecución (12,12). Por otra parte, en Lc Jesús no encarga a sus discípulos que enseñen; su misión será dar testimonio de él (Hch 1,8). 

Tampoco en Juan enseña Jesús a sus discípulos, sino en la sinagoga (6,59) y en el templo (7,14.28; 8,20). La formación del discípulo en Juan se hace por la experiencia que da el contacto con Jesús y con su actividad (1,39; 9,3). Tampoco les encarga enseñar. Su misión consistirá en dar un testimonio que acompañe al del Espíritu (15,26s). 

De los evangelios se deduce, por tanto, que Jesús, el Maestro no enseña a sus discípulos o seguidores verbalmente, sino por  el contacto con su persona y actividad. Paralelamente, la
misión de los discípulos no consiste en una enseñanza, y mucho menos se habla de una enseñanza dentro de la comunidad cristiana. En ésta, el único maestro es y ha de seguir siendo Jesús mismo.



9 Cf.]. Mateos, Los Doce y otros seguidores de Jesús en el Evangelio de Marcos, Madrid, Cristiandad 1982, p. 22ss.
10 Cf. ibid., p. 129ss.
11 Véase ibid., p. 194ss: El doble vocabulario.
12 pe ahí que en este evangelio Mateo el recaudador/publicano aparezca en la lista de los Doce, figura del Israel mesiánico; en Mc, por el contrario, la figura paralela de Leví queda excluida de los Doce.
13 De ahí que interpretar Mt 16,19: «te daré las llaves del Reino de Dios: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo», en clave de magisterio contradice a otros datos explícitos del evangelio. Por otra parte, el poder de atar y desatar explica el sentido de las llaves, y se da a toda la comunidad cristiana en Mt
18,18. Si está dado a todos, no puede tratarse de un magisterio dentro de la comunidad. Se trata, de hecho, de la aceptación y la expulsión de miembros de ésta.