El
criterio de verdad está presentado por Juan de manera gráfica en el episodio del
ciego de nacimiento (Jn 9,1-39).
Resumo
brevemente el significado de la perícopa. El ciego de nacimiento representa al
hombre que siempre ha vivido en la tiniebla, sin haber conocido nunca la luz.
En otras palabras: representa a los que han nacido y vivido en un ambiente tan
dominado por una ideología mutiladora, que nunca han tenido posibilidad de
conocer lo que significa ser persona ni la dignidad propia del hombre. El ciego
es el hombre en quien la tiniebla ha extinguido la luz, el que no aspira a nada
porque no ha podido conocer nada.
Nótese
que este individuo no ha sido culpable de su situación, ni tampoco sus padres
(9,3). Son otros los culpables; en el evangelio, los fariseos, quienes, con su
interpretación y praxis de la Ley, proponen como luz lo que ellos saben ser tinieblas
(9,40s).
La
acción de Jesús con el ciego consiste en darle a conocer lo que significa ser
hombre según el designio de Dios. Por eso utiliza Juan el símbolo del barro
amasado con la saliva (alusión a la creación del hombre) y puesto en los ojos.
La saliva (en las antiguas culturas, símbolo de fuerza) es la de Jesús; el
hombre que Jesús le da a conocer no es el primer Adán, sino su propia persona, el
hombre en su plenitud, formado de tierra y de Espíritu (simbolizado por la
saliva/fuerza). Al hacer que el ciego perciba la luz, despierta en él la aspiración
dormida a la plenitud.
El
ciego responde a esa aspiración y acepta a Jesús como modelo de hombre. Lo
muestra yendo a lavarse a la piscina del Enviado (9,7), cuya agua representa el
Espíritu. La experiencia del Espíritu/vida le da la visión y le infunde la
fuerza para tender al ideal propuesto (6).
Con ello, el antiguo ciego ha adquirido su
identidad. De ahí que pueda pronunciar la frase: «Yo soy» (9,9), la misma que
describe a Jesús como Mesías (4,26), es decir, como Ungido por el Espíritu. Con
su identidad, ha obtenido su autonomía: ya no tiene que mendigar ni depender de
otros (9,8).
En posesión de esta verdad, su nueva
experiencia de vida, puede desafiar a la ideología/tiniebla, representada por
los fariseos y dirigentes judíos, quienes, apoyándose en su autoridad doctrinal
e institucional (9,24: «nosotros sabemos»), pretenden convencerlo de que Jesús
es un pecador y, por tanto, de que la obra que ha realizado no puede ser de
Dios. Según ellos, el designio de Dios era que siguiese ciego. Esta es la
mentira (8,44) o tiniebla, la ideología que, en nombre de Dios, impide la
plenitud de hombre. Para refutar la teología de los dirigentes, el hombre no apela
a una doctrina contraria, sino simplemente a su nueva experiencia: «Si es
pecador o no, no lo sé; lo que sé es que yo era ciego y ahora veo». Ante esta verdad se estrellan todos los esfuerzos de la ideología.
Notemos que en este episodio se une el
criterio subjetivo del ciego con el objetivo de las obras; las obras de Jesús
son las de Dios, que lo ha enviado (9,3s). Obras de Dios son las que liberan al hombre de la opresión que sufre y le dan la posibilidad de nueva
vida: abriendo su horizonte y comunicándole nueva capacidad, lo libera de su
oscuridad, de su dependencia, de su inutilidad, de su despersonalización. Y estas
obras son las del grupo cristiano: «tenemos que hacer las obras del que me
envió» (9,4).
(6) La
comunicación de Espíritu corresponde a la frase del prólogo: «a los que lo acogieron
los hizo capaces de hacerse hijos de Dios».